MUJERES LUCHADORAS

 

MUJERES LUCHADORAS

MUJERES LUCHADORAS

MUJERES   LUCHADORAS

Silvia replicó con la fuerza y la vehemencia de las mujeres luchadoras:

—Perdona que te lo diga, pero creo que tu peor enemigo eres tú mismo. Si tienes confianza en ti, puedes hacer como Arquímedes, tomar un punto de apoyo, una palanca, y mover el mundo.

La gente aplaudió a rabiar. Era como un combate de boxeo dialéctico a diez asaltos, que ganaría el que tuviese más fe en sí mismo. Ella le dijo a Lucía que no pensaba tirar la toalla, porque ese tipo se la pisaría y después tendría que lavarla. Tristán, como buen púgil, volvió a la carga:

—Esas son historias de idealistas. Leyendas de tontos y crédulos. Vendedores de ilusiones, que como el humo se va con el aire. El sistema está acabado y nosotros con él.

Era casi inútil debatir con aquel alicaído individuo que se había desahuciado a sí mismo. Ella intentaba trasmitirle cierto espíritu de superación personal, de no rendirse antes de tiempo. Con el ánimo que la caracterizaba perseveró al decirle:

—Cuando uno cae debe levantarse enseguida, como si rebotase, pues si está demasiado tiempo en el suelo, puede que alguien le pase por encima, y lo peor de todo es que conduzca una apisonadora. —Con estas palabras hizo saltar una carcajada entre los presentes. Y sentenció con una frase anónima que leyó en el muro de una casa, a cuyos dueños iban a desahuciar:

—Mientras no te rindas… no estás derrotada.

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