LLUVIA DE ESTRELLAS FUGACES

LLUVIA DE ESTRELLAS FUGACES

LLUVIA DE ESTRELLAS FUGACES

LLUVIA DE ESTRELLAS FUGACES

Ella se fue a los dormitorios y él salió por la puerta del comedor hacia el descampado de gravilla. No habían pasado ni cinco minutos cuando se encontraron al final del aparcamiento donde se estrechaba el camino que llevaba a la shedra, y de allí se adentraron en el bosque hasta subir a la colina. Se colocaron las linternas en la frente, como mineros novatos, y emprendieron la aventura a escondidas, como dos adolescentes que tienen la ilusión de compartir una noche mágica en que esperaban ver las lágrimas de San Lorenzo. Entraron por el serpenteante atajo forestal y ascendieron. A cada repecho, se detenían y se besaban. El resplandor mortecino de las lámparas hacía presagiar que las pilas durarían poco. Había trascurrido más de media hora y decidieron hacer el último esfuerzo, acelerar el paso y coronar la cima. Justo al llegar arriba, a ella se le apagó la linterna y se quedó a oscuras. Tal circunstancia propició que detectase algo entre unos arbustos. Se acercó con cuidado y le dijo en voz baja y sibilante que apagase la suya y se aproximase con sigilo. Entonces le mostró encima de una hoja a un gusanito de luz. Max se quedó sorprendido. No había visto nunca ninguno, quizá porque hasta entonces no había reparado con tanto detalle en las pequeñas cosas. Se tumbaron a su lado para contemplar algo tan delicado que hubiese pasado desapercibido para la mayoría de la gente envuelta en las preocupaciones de su cotidianidad. Enseguida, vieron a otro que trepaba por el tallo e iba a su encuentro. Quizá se habían citado en secreto, como ellos, y formaban una parejita. Aquellos seres tan diminutos e insignificantes parecían buscarse para procrear o simplemente para hacerse compañía, pues se colocaron juntitos, como abrazados para observar el cielo y compartir esa felicidad tan efímera como eterna de ver cruzar un sinfín de estrellas fugaces. La escena fue de una belleza inenarrable, pues la vida se suele manifestar en la insignificancia y en la grandeza de las realidades desapercibidas, esas que se esconden en los mundos invisibles. Una extraña sensación los embargó al sentirse igual que ellos: dos puntos de luz azul unidos en la inmensa oscuridad de la noche ante la infinitud del universo.

Fragmento de la novela: QUIERO TOMAR REFUGIO EN TU CORAZÓN de Álex de Sande. Podéis leer más o adquirir la obra en la página web:www.alexdesande.com

Se han cerrado los comentarios