LA FE
»Al día siguiente, fuimos a una dehesa plagada de alcornoques. Fue la primera vez que subí a lomos de un caballo y en un barranco el animal se puso muy nervioso y casi me tira. Pensé que era por culpa de la tormenta que se avecinaba. Mi tío se apeó de la montura y con un palo sacó de la rendija de una piedra un enorme alacrán que adoptó una actitud hostil al levantar la cola rematada en una uña rebosante de veneno. Con intención de darme una lección, él lo rodeó con un zarcillo de pequeños matojos secos y les prendió fuego. El escorpión empezó a dar vueltas como un loco y al verse sin salida, desesperado, se clavó su propia uña. Se suicidó ante nuestros ojos. Entonces, mi tío dirigiéndose a mí, me dijo: “Nunca hay que precipitarse… siempre hay que tener esperanza… mucha fe… incluso ante una situación imposible, la solución puede llegar llovida del cielo”. Y en ese preciso instante, empezó a llover y se extinguieron las diminutas llamas. El milagro estaba de camino, pero aquel alacrán no supo esperar.