EL AMOR EN EL TIEMPO

EL AMOR ATRAPADO EN EL TIEMPO

EL AMOR ATRAPADO EN EL TIEMPO

EL AMOR ATRAPADO EN EL TIEMPO

Los compañeros se habían tumbado a tomar el sol sobre las toallas. Todos se quedaron roque en plena siesta, rendidos ante el aliento febril de Vulcano. Una nube de mariposas y libélulas revoloteaba sobre ellos y les hacían cosquillas. Y al moverse, rompían la completa inmovilidad del paisaje, que por un momento llegó a parecer la imagen de una postal. Max aprovechó la circunstancia y la colmó de besos y de caricias que empezaron a sofocarla. Y antes de que se apasionase demasiado y pudiesen verlos en una escena impropia, ella se vio obligada por pudor a animarle a regresar con la misma calma con la que habían ido. Así lo hicieron. Al llegar a nado a la otra orilla, salieron en silencio. Fueron con cuidado de pisar sin chapotear el agua para no despertar a nadie. Caminaron de puntillas hasta coger las bolsas. Ella eligió un sitio más apartado para extender las toallas sin hacer ruido. Se sentó en una postura sosegada y abstraída en la placidez del momento. Ladeó el rostro en busca de la cálida caricia de los últimos rayos de sol de media tarde. Max, que se movía sigiloso, levantó la vista y se quedó prendido de la imagen de Lucía en la distancia. Dispuesto a inmortalizar aquel momento de serenidad y quietud que le trasmitía, cogió la cámara de fotos, acercó la imagen con el zoom y disparó. Acto seguido, con el gran angular le hizo un montón de instantáneas, convencido de que en cada una había capturado una parte de su esencia. Estaba embelesado. Continuó contemplándola con cariño. No pudo resistir la tentación de acercarse despacito. De repente, una preciosa mariposa color turquesa con manchas de tono añil se posó en la cabeza de ella, al borde de su flequillo castaño claro, y formó con su camiseta celeste de tirantes y el rosario lapislázuli una composición pictórica excepcional. Enfocó su rostro de cerca con el objetivo de la cámara y le bisbiseó algo ininteligible en un tono dulce para romper su encantamiento. Con la lentitud de la que está atrapada en una especie de duermevela, abrió los ojos todavía náufragos en un mar de sueños y sus pupilas doradas, que encerraban todas las tonalidades de la resina y de la miel virgen, se desbordaron en una lánguida mirada. Sin querer, había completado un cuadro onírico, en el que el sol de la tarde se descomponía en una luz ambarina que le bañaba la piel. Un simple clic fue suficiente para que la eternidad del instante atrapase la esencia de su alma en la memoria del tiempo.

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