LA FELICIDAD SERENA

LA FELICIDAD SERENA

LA FELICIDAD SERENA

Él interpretó aquellas palabras sinceras como un signo de debilidad. Cambió de tono de voz y dejó el cinismo aparcado, para mostrarse más próximo y comprensivo. Predispuesto a una posible reconciliación, le confesó:

—¡Lucía! ¡Cariño…! Te continúo queriendo mucho. Me vuelvo loco al verte con otros. Y si llevas muchos días sin llamarme, siento que ya no piensas en mí, que me has olvidado. Paso horas, pendiente de mi teléfono móvil, esperando a que me llames, a que me envíes un mensaje, y el tiempo se me hace eterno. Cuando te llamo y no contestas. Y me pones la excusa de que te has quedado dormida en el sofá o que te lo has olvidado en casa de una amiga o cualquier otra historia, y entonces pienso que estás con alguien. Si volviésemos a vivir juntos, tus problemas económicos se acabarían. Habría orden en tu vida, organización y el control que necesitas. Tengo algo de dinero ahorrado y la empresa no cierra, sino que se sumerge para no pagar impuestos. Por lo que respecta a mí, voy a continuar cobrando, pero en negro.

—Lo siento… Prefiero pasar hambre a volver contigo.

—No muerdas la mano que te alimenta… Torres más altas han caído… Encima, me he enterado a través de un enlace sindical de que el centro en el que dabas clases no cotizaba por vosotros a la Seguridad Social, por lo que no tendréis derecho al subsidio de paro. ¡Eso sí que es una putada…! ¡Qué mala suerte tienes…! —no pudo resistir el regocijo de verla cariacontecida y soltó una risotada de satisfacción.

—¡Eres un repugnante cabronazo… un miserable! ¡Deja el dinero encima de la mesa y vete de mi casa!

—¡No soy un cabrón, sino un hijo de puta…! Ah, por cierto, se me olvidaba: ¿Ya puedes pagar la hipoteca? Porque a los que no pueden, ¿sabes lo que les pasa…? Que se van de patitas a la calle, a vivir bajo un puente. Gracias a que el préstamo lo escrituraste a tu nombre y no te avalé. Como en aquella época tenías buen sueldo… ¡pues alegría! ¡Aaah…, por cierto, me he comprado un ático nuevo! Si me lo suplicas, puedo acogerte en mi cama. ¡Tú misma…!

—¡Eres un sinvergüenza, un canalla…! Quieres ver cómo me arrastro a tus pies.

—No hace falta, mientras te pongas de rodillas…

—Te juro que no vas a tener ese placer. ¡Olvídate de mí! —Y se giró y se fue a su dormitorio. Siempre supo que no había peor desprecio que no hacer aprecio. Tratarlo como si no existiese, le sentaba fatal. Aquel acto de indiferencia lo encolerizó de mala manera. Se acercó al cuarto y le soltó a bocajarro:

—¡Guarra…! ¡Eres una puta histérica…! —Y salió con un enorme portazo.

Ella se derrumbó contra el rincón de la pared y dejó que su espalda resbalase por el ángulo vacío hasta quedar sentada en el suelo. Una vez el ogro se fue, su hijita salió de la penumbra, se le abalanzó cogiéndose al cuello y ambas se fundieron en un tierno abrazo. La madre empezó a sollozar de alegría al recibir aquel cariño tan sincero que le henchía el corazón. Y supo, en ese instante, que la felicidad es el hilo que nos conecta a la vida y que se va trenzado en el querer y en el sentirse querido, en la profunda sensación de amar y ser amado.

La niña se quedó dormida en su regazo. Lucía acercó varios cojines para que estuviese más cómoda. Le vino cierto desvanecimiento, que solía darle cuando tenía grandes broncas o sufría algún disgusto, pues la pobre padecía de problemas de tensión arterial. Al rato, volvió en sí y fijó su mirada en el cuadro que le regaló un anciano invidente, amigo suyo, que asistía a los talleres plásticos que impartió varios años en una residencia. El viejo le dijo que era ciego de nacimiento y que pintaba sueños de colores. En el lienzo había plasmado, desde una cima bajo la sombra de un árbol, un deslumbrante valle verde en primavera, abierto a un inmenso cielo azul, que parecía invitar a lanzarse a volar hacia un luminoso horizonte en busca de un punto de fuga a otro mundo. Abstraída, contempló la sublime belleza de un lugar surgido de la imaginación onírica de un viejo invidente. En ese preciso instante, su voz interior bautizó aquel maravilloso cuadro con el nombre: El valle de los sueños.

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